miércoles, 21 de septiembre de 2011

ECUADOR-ANDO

Autostop es una forma de viajar que me ha permitido moverme por algunos lugares con poco dinero. Este es el turno de Ecuador. Viaje -con mi compañero de rutas preferido- en junio de 2010, que duró un poco más de 1 semana y que casi en su totalidad fue a dedo. Muchas veces estábamos en la parte trasera de los carros, arropados hasta el cuello cuando el viento nos congelaba.

Ecuador un vecino tan cercano que no es raro que se parezca mucho a Colombia en algunos paisajes sobretodo en los límites con Nariño. Al cruzar la frontera, a no ser por las dinámicas fronterizas, pareciera que continuaras en el mismo territorio, sus montañas verdes, las caras y hasta el acento de su gente. También hay una región afroecuatoriana con ricas tradiciones musicales que comparte la Marimba con nuestro Pacífico Sur.  Entre otras cosas que los hace tan similares como diferentes.

Salimos desde Medellín en bus hasta Pasto ($80.000). Desde el Terminal empezamos a caminar hacia la vía que va a Ipiales. Era barato en buseta, algo como $7.000, pero nos paramos en aquella carretera y en una espera de 15 minutos un ecuatoriano en su camioneta nos invitó a la parte trasera de ésta y fuimos con él. En la frontera nos esperó comedidamente mientras tramitábamos los sellos. Luego nos detuvimos en donde se dividen las carreteras, una hacia Quito otra hacia la ruta del Sol. Decidimos pasar por la costa aunque no había sol. En Ecuador cambia la temperatura de acuerdo a la región y a la estación, en esa parte en julio estaban en invierno (no como en Europa, tampoco como en Colombia), hacía un poco de frío, y aunque a veces no lloviera el cielo se pintaba de gris cada día. Yo en aquel error de desinformación no cargaba ropa para el frío y me la tuve que jugar para salir bien librada. 

El autostop en este país funciona y muy bien, a pesar de que el transporte es tan barato. Es tres veces más barato que en Colombia. Parados en el inicio de la ruta del sol avanzamos hacia el primer pueblo donde llegamos de noche y ya no había forma de salir: San Lorenzo. Pueblucho pequeño de noches solitarias y pánico en las calles. Pagamos un cuarto a 15 dólares la pareja. El aire húmedo y la vegetación tropical me recordaba a mi tierra. Al día siguiente salimos de allí y llegamos a Atacames. Pagamos 10 dólares el cuarto con baño privado. Por el corto tiempo que estuvimos no puedo decir mucho, pero fuimos de fiesta a la playa, hay kioscos con música. Tuve la impresión de que los ecuatorianos no eran muy buenos bailarines :)
En San Lorenzo
Luego llegamos a Mompiche. Logramos llegar a dedo hasta la entrada, luego, hay una carretera alterna que indica que en el fondo está la población. Caminamos por la carretera de pantano seco hasta ver un lugar pequeñito de calles empantanadas y pocas casas, algunas destinadas al hospedaje de los turistas. Conseguimos 1 cuarto a 5 dólares la pareja en un hostalito en la playa. Estaba bien, excepto por los mosquitos que atravesaban el toldo. No hay tiendas grandes por lo que es preferible llegar con cosas para preparar. Nosotros comíamos donde una señora que hacía almuerzos a 1, 50 dólares el plato: pescado (carne de cerdo o pollo), arroz y plátano. Nos parecia muy tranquilo el sitio, en la noche había música en un bar playero y 2 ó 3 personas. No había mucho qué hacer. Para descansar es un lindo lugar

Para salir de Mompiche tomamos un carro que nos dejó en la carretera principal. En el camino un papá y sus hijas nos llevaron hasta un pueblo remoto. Como a 25 centavos tomamos un bus a Canoa. Este también un pueblo pequeño -no tanto como Mompiche-. Había hostales, camping, restaurantes, discotecas, kioscos y tiendas. Nos quedamos en el camping de una alemana que radica allí hace varios años. Pagamos 6 dólares por un cuarto con cama y baño privado. El agua de la ducha era un poco salada, pero casi siempre estábamos en la playa y en la calle. Fue uno de mis lugares preferidos por lo bien que la pasamos. Los días transcurrían tranquilos pero en las noches buscábamos fiestas. Al final, aunque las discotecas tenían gente, la mayoría turistas, nos aburríamos y preferíamos tomarnos unas caipiriñas en una casita que en su andén tenía un letrero “Caipiriñas a 1 dólar”. Hasta ese momento el ambiente en la costa me parecía distinto a mi idea de costa. Me encontraba con costeños de poca bulla, de poco baile. 
Ruta del sol. Casi siempre la carretera iba al lado del mar
Montañita fue nuestro próximo destino, “la esperada”. Todo viajero que conocí hablaba tan bien de las fiestas allí que llegamos para verlo. Encontramos un pueblo que comenzaba a cambiar: las calles principales pavimentadas recientemente, almacenes de ropa de moda, restaurantes, bares y discotecas propios de una playa citadina, aunque seguía siendo un pueblo pequeño. A mí me gustaba las callecitas vivas: músicos, artesanos, turistas y nativos, carritos con ventas de fritangas y hamburguesas, luces. Esperaba la noche, ésta, sin embargo, no fue tan lujuriosa como la imaginaba, había más lugares para la diversión que gente que los llenara. Aquellos días cerraban temprano los bares y demás. Algunas veces nos uníamos a unos músicos que seguían la algarabía en la playa alrededor de una fogata. Tocaban guitarras y tambores, yo me animaba a bailar y a cantar música de Colombia, y nos emborrachábamos.
Estuvimos tan sólo 2 días ahí. Pagábamos un cuarto a  5 dólares con baño privado en un camping cerca de la carretera.

Bueno, como no todo podía ser perfecto al día siguiente no logramos llegar hasta Guayaquil en autostop sino que arribamos en Manta en la noche, y para nuestra sorpresa era una ciudad grande. Estábamos perdidos cerca de un mercado donde lo bueno fue encontrar un plato de comida que nos sació el hambre. Desistimos de los hoteles cercanos, buscábamos algo aún más barato. Caminamos, entonces, por calles donde éramos los únicos peatones y atravesamos un puente. Llegamos a un sector donde había unos hoteluchos. Preguntando por aquella calle sola y de poco fiar aceptamos un buen precio, 8 dólares con baño privado. El administrador era un paisa que andaba con su mujer tratando de sobrevivir con ese hotel deshilachado. Un hotel viejo de pisos y escaleras de madera. En fin, ahí nos quedamos y hasta nos animamos para salir a un bar karaoke que había al lado, administrado por su mujer.

Plaza de las iguanas.
El día siguiente habíamos llegado a Guayaquil en bus desde Manta. Nuestra anfitriona nos esperaba en la terminal. Ella vivía con su familia y se portaron geniales. Es una ciudad grande, había que usar transporte urbano que era muy barato. Caminamos el centro, el parque de las iguanas que me hicieron gritar. El malecón, el barrio de las piedras -o peñas-. Hacía un calor increíble. Después de 1 día y 2 noches salimos a dedo dirección Machala.
 Y aquella misma tarde llegamos a la Frontera Huaquillas-Tumbes. Fue un caos. La experiencia allí fue abrumadora, y no porque nos atracaran como la gente allí nos advertía, sino porque todo alrededor era confuso, caluroso. El miedo y la insistencia de los habitantes con el -supuesto- peligro que corríamos se nos hacía insoportable y al mismo tiempo increíble.

La amabilidad que, dicen, caracteriza a los latinoamericanos parecía inactivada. Preguntábamos a la gente dónde hacer sellar los pasaportes y respondían con el imperativo "¡Toma un taxi!". “Pero, sólo queremos que nos diga dónde queda la oficina", repetíamos nosotros.  "Toma un taxi, este señor te lleva barato", respondían. Preguntábamos en la inspección de policía, a los particulares, a los taxistas y las respuestas eran similares. En seguida algunos mototaxistas se acercaban ofreciéndonos sus servicios para llevarnos a algún lado. Nos negábamos. Decidimos que saldríamos de ahí por nuestra cuenta, mientras taxistas y motociclistas endemoniados nos gritaban que nos robarían en ese tramo de casi 1 km. Pensábamos que ese era el paso que debíamos dar.

Hicimos caso omiso y con mochila al hombro emprendimos el camino fronterizo entre Ecuador y Perú. Desolado y soleado. Yo, miraba hacia todos lados, imaginaba a alguien llegar con un arma y arrebatar nuestras pertenencias. Mientras tanto las mototaxis pasaban de aquí pa’ allá.

Llegamos al fin (y muy bien) a la oficina de Migraciones, el señor verificó que nos faltaba el sello de salida (¡claro, estábamos en Tumbes, Perú!), por tanto, debíamos regresar a Huaquillas. Entonces, le preguntamos que en dónde estaba la oficina, a lo que insistió que debíamos regresar en mototaxi. Nosotros tercos repetimos la pregunta y nos gritó que cogiéramos la moto que si no nos podrían matar en ese camino. Estábamos confundidos pero cedimos a nuestra testarudez y lo hicimos como nos sugerían. Al otro lado nuevamente los taxistas se abalanzaban sobre nosotros para ofrecer sus servicios a 9 dólares. Intentamos que un bus, que a su paso podía dejarnos cerca de la oficina a muy pocos dólares, nos llevara, pero los conductores indiferentes nos dijeron que NO. Finalmente fuimos con una mototaxi. La oficina quedaba lejos de la frontera. De haberlo sabido, de haber tenido las respuestas adecuadas... Aquella tarde logramos entrar a Perú legalmente.

¡Ah! de regreso por Ecuador y desde la frontera tomamos un bus hasta Quito a 15 dolares más o menos. En Quito pagamos un hotel también económico. El casco antiguo de esta ciudad es hermoso, disfruté mucho pese al frío y a los viajes en el TROLEBUS, llenos de gente, apretujados, empujándonos unos a otros, dándole oportunidad a los ladrones de robar fácilmente billeteras como la mía :(  
Centro de Quito

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