miércoles, 16 de enero de 2013

EMPRENDIMOS UN NUEVO VIAJE...

¡Felicidades por tu matrimonio, jaja, aún no lo creo, vi las fotos y era como si no pudiera verte por más que estabas ahí!”

Lo anterior me lo escribió mi amiga que está en Buenos Aires y no pudo asistir a mi boda. Inicialmente cuando le di la noticia también mostró su sorpresa; no gratuitamente, pues, igual yo pensé que estaba muy lejos del matrimonio, sobre todo en aquellos años de rebeldía adolescente. Creía estar convencida (todavía lo creo) de que no era “el sueño de toda mujer” como lo aseguran algunas mujeres de mi tierra.

Una vez escuché un dato estadístico que afirmaba que el departamento del Chocó tenía uno de los índices más bajos de matrimonios en Colombia, y lo creí rotundamente ya que tenía la misma impresión (claro, ahora la cosa está cambiando), empezando porque mis padres no eran casados, sólo había ido a una boda en mi vida y dudaba de la importancia de tal evento, sin embargo cuando me vi frente al altar, en realidad frente a la notaría, sabía que me estaba embarcando en un viaje desconocido, para el cuál requerí enterrar mi escepticismo. ¿Cómo lo hice?, no fue nada tan fácil ni difícil, casi que ni me di cuenta en qué momento pasó, pero si tuviera que enumerar algunos pasos serían los siguientes: primero, debía encontrar el candidato y darme el tiempo de conocerlo; segundo, sentirme plenamente amada y feliz; tercero, tener una prueba de convivencia (¡superada¡); cuarto, no sentir  presiones y prisas; quinto, que ese candidato me lo propusiera con convicción;  y cuando así fue no tuve dudas en decir que sí, más bien mis dudas iban en otra dirección, por ejemplo, de dónde sacar plata para una recepción familiar si tan solo mi familia se aproximaba a las 100 personas (la familia de mi novio no podría llegar), que como se haría en mi pueblo natal debíamos incluir como mínimo a los vecinos que me vieron crecer. Al final fue complicado no incluir a más personas pero queríamos una fiesta medianamente privada y no teníamos mucho presupuesto.  
                                   
Todo fue tomando forma. Mis padres buscaron a alguien que se encargara de la fiesta para que nadie tuviera que preocuparse; pese a eso me preocupaba, un poco porque no estaba involucrada en la organización, pero también porque no tenía ni idea de organizar bodas, porque no sabía cómo quería el vestido (sólo que fuera sencillo, y poco disfruté la búsqueda), porque no conseguíamos alguien que nos ayudara a diseñar nuestras tarjetas y luego porque las entregamos tarde. Aunque no hice mucho no pude evitar cierto estrés, y hasta contagié un poco a mi novio que es “serenidad andante”.   

Los días anteriores al 26 de diciembre mi hermana Ruby me preguntaba que cómo me sentía con la idea de casarme, yo siempre respondía que normal y ella me decía que me notaba muy simple, a lo que yo agregaba que tal vez me sentiría nerviosa el día de la boda, y así fue, ese día mostraba tranquilidad, de hecho así creía sentirme, pero todo estaba patas arriba, andaba comprando cosas a última hora, fui donde una señora para que me hiciera un pedicure y me peinara, y sí, me hizo las uñas, pero de peinados no sabía nada, al menos nada que pudiera hacer con mis rizos que resultara natural, así que después de intentar varias cosas que fracasaron me fui a casa para peinarme y maquillarme solita, de alguna manera que me sintiera yo misma (contrario a la posición de muchos que me decían que ese día debía verme diferente porque uno se casa sólo una vez). Esa tarde había llovido y tenía que cuidar no ensuciar el vestido, y como para no perder mi reputación de impuntual llegué 15 minutos tarde a la notaría.


Cuando llegué estaba ahí mi novio, guapo como siempre, de traje negro con una sonrisa de oreja a oreja. En el último minuto le pedimos a nuestro padrino y amigo Elkin que nos cantara algo que quisiera mientras entrábamos a la sala, y él, un gran tenor, cantó “Ave María”; tanto emocionó a la notaria que suspirando dijo que casi lloraba; todos nos reímos y desde ese entonces la corta ceremonia civil fue menos seria de lo que normalmente sería. En mi pueblo muchas personas se conocen, por eso se permiten hacer chistes y que las cosas sean menos formales; así fue, a la señora notaria se le dificultaba pronunciar los nombres de los padres de mi novio y cometía errores garrafales: "Gabri... Gauri...", "Gawryluk" - le ayudábamos. "Ah, Gabriela".  Nos reíamos, y al final decía: “bueno, ustedes me entienden”. La notaría queda a tres minutos de nuestra casa y el restaurante donde se haría la recepción a una cuadra, entonces transportarse era fácil.

Cuando fue hora de ir a la recepción (3 horas más tarde) mis nervios se hicieron más conscientes, caminaba de aquí para allá, no lograba organizarme y me sentía insegura; bueno fue que ya en aquel lugar se me hizo todo muy normal, quizá porque estaba la gente que conocía. Hicimos algunos juegos de esos que se hacen en las bodas, la gente se reía, nosotros también, la comida nos gustó, aunque poco comí, bailamos un vals porque nos parecía divertido bailar algo, mi novio dijo algunas palabras de gratitud donde muchos quedaron asombrados por su buen nivel de español, y llegó un grupo pequeño de chirimía - que mis primas y cuñados contrataron- dándonos una sorpresa que puso a bailar a todos, incluso a mi actual esposo, quien se llevó el protagonismo con sus pasos de baile interferidos constantemente por el sonar de sus palmas despistadas, dejando ver una especie de simpática arritmia. Y  hasta yo me animé a cantar algo típico: “la choca”. Mis padres bailaron, se veían contentos. Luego seguimos la rumba en nuestra casa hasta las 6 a.m., la chirimía nos acompañó hasta esa hora, lo que permitió turnar la chirimía y otros ritmos en el equipo de sonido, saltamos, bailamos, tomamos un sancocho a las 5 y muy cansados nos fuimos a la cama a las 8 a.m.          
                                            
Tuvimos una fiesta genial porque nos divertimos, tanto que me volvería a casar y hacer otra; esta tuvo un estilo muy tradicional y yo no decidí nada, pero si hacemos otra boda -de hecho queremos hacer un matrimonio con la otra familia- prometo involucrarme en la organización, contratar a un fotógrafo (aquí las fotógrafas fueron mis tías) que tome muchas y buenas fotos.

Hoy me siento tranquila. De algún modo, antes del matrimonio mi novio y yo habíamos pensado en una vida y planes a largo plazo, teníamos un compromiso implícito, es tal vez la razón por la que siento que nada ha cambiado mucho después de ese día, excepto que ahora llevo un anillo al que me estoy acostumbrando. Siento que mi relación sigue bien, que haber firmando un papel no ha cambiado nuestros sentimientos, o sólo nos ha hecho sentir más seguros; y aquel día de bodas nos sentíamos estupendos, estaban cerca nuestros familiares, vecinos y algunos amigos; toda la familia estaba alborotada, vi llorar y reír a mis padres de emoción, correr a mis hermanas y primas (en mi familia hay muchas mujeres) para lucir hermosas, tomar fotos, etc. Y yo me puse un vestido largo, tacones (como pocas veces); mi novio su traje caluroso en ese clima húmedo, pero siempre sonriente, nos hicimos fotos, bailamos. Fue un día bonito.  

Para terminar, sólo me queda un gracias enorme para todas las personas que han estado cerca de una u otra forma, gracias a nuestras familias que nos han apoyado tanto.