“¡Felicidades por tu matrimonio, jaja, aún
no lo creo, vi las fotos y era como si no pudiera verte por más que estabas
ahí!”
Lo anterior me lo escribió mi
amiga que está en Buenos Aires y no pudo asistir a mi boda. Inicialmente
cuando le di la noticia también mostró su sorpresa; no gratuitamente, pues, igual yo pensé que estaba muy lejos del matrimonio, sobre todo en aquellos
años de rebeldía adolescente. Creía estar convencida (todavía lo creo) de que no
era “el sueño de toda mujer” como lo aseguran algunas mujeres de mi tierra.
Una vez escuché un
dato estadístico que afirmaba que el departamento del Chocó tenía uno de los
índices más bajos de matrimonios en Colombia, y lo creí rotundamente ya que
tenía la misma impresión (claro, ahora la cosa está cambiando), empezando
porque mis padres no eran casados, sólo había ido a una boda en mi vida y
dudaba de la importancia de tal evento, sin embargo cuando me vi frente al
altar, en realidad frente a la notaría, sabía que me estaba embarcando en un
viaje desconocido, para el cuál requerí enterrar mi escepticismo. ¿Cómo lo hice?,
no fue nada tan fácil ni difícil, casi que ni me di cuenta en qué momento
pasó, pero si tuviera que enumerar algunos pasos serían los siguientes: primero,
debía encontrar el candidato y darme el tiempo de conocerlo; segundo, sentirme
plenamente amada y feliz; tercero, tener una prueba de convivencia (¡superada¡);
cuarto, no sentir presiones y prisas;
quinto, que ese candidato me lo propusiera con convicción; y cuando así fue no tuve dudas en decir que
sí, más bien mis dudas iban en otra dirección, por ejemplo, de dónde sacar plata
para una recepción familiar si tan solo mi familia se aproximaba a las 100
personas (la familia de mi novio no podría llegar), que como se haría en mi
pueblo natal debíamos incluir como mínimo a los vecinos que me vieron crecer. Al
final fue complicado no incluir a más personas pero queríamos una fiesta
medianamente privada y no teníamos mucho presupuesto.
Todo fue tomando
forma. Mis padres buscaron a alguien que se encargara de la fiesta para que nadie tuviera que preocuparse; pese a eso me preocupaba, un poco porque no estaba involucrada en la organización, pero
también porque no tenía ni idea de organizar bodas, porque no sabía cómo quería
el vestido (sólo que fuera sencillo, y poco disfruté la búsqueda), porque no
conseguíamos alguien que nos ayudara a diseñar nuestras tarjetas y luego porque las entregamos tarde. Aunque no hice
mucho no pude evitar cierto estrés, y hasta contagié un poco a mi novio que es
“serenidad andante”.
Los días anteriores
al 26 de diciembre mi hermana Ruby me preguntaba que cómo me sentía con la idea
de casarme, yo siempre respondía que normal y ella me decía que me notaba muy simple,
a lo que yo agregaba que tal vez me sentiría nerviosa el día de la boda, y así
fue, ese día mostraba tranquilidad, de hecho así creía sentirme, pero todo estaba patas
arriba, andaba comprando cosas a última hora, fui donde una señora para que me
hiciera un pedicure y me peinara, y sí, me hizo las uñas, pero de peinados no
sabía nada, al menos nada que pudiera hacer con mis rizos que resultara
natural, así que después de intentar varias cosas que fracasaron me fui a casa
para peinarme y maquillarme solita, de alguna manera que me sintiera yo misma (contrario
a la posición de muchos que me decían que ese día debía verme diferente porque uno se casa sólo una vez). Esa tarde había llovido y tenía que cuidar no
ensuciar el vestido, y como para no perder mi reputación de impuntual llegué 15
minutos tarde a la notaría.
Cuando llegué estaba
ahí mi novio, guapo como siempre, de traje negro con una sonrisa de oreja a
oreja. En el último minuto le pedimos a nuestro padrino y amigo Elkin que nos cantara
algo que quisiera mientras entrábamos a la sala, y él, un gran tenor, cantó “Ave María”;
tanto emocionó a la notaria que suspirando dijo que casi lloraba; todos nos
reímos y desde ese entonces la corta ceremonia civil fue menos seria de lo que
normalmente sería. En mi pueblo muchas personas se conocen, por eso se permiten hacer
chistes y que las cosas sean menos formales; así fue, a la señora notaria se le
dificultaba pronunciar los nombres de los padres de mi novio y cometía errores
garrafales: "Gabri... Gauri...", "Gawryluk" - le ayudábamos. "Ah, Gabriela". Nos reíamos, y al final decía: “bueno, ustedes me entienden”. La
notaría queda a tres minutos de nuestra casa y el restaurante donde se haría la
recepción a una cuadra, entonces transportarse era fácil.
Cuando fue hora de ir
a la recepción (3 horas más tarde) mis nervios se hicieron más conscientes, caminaba de aquí
para allá, no lograba organizarme y me sentía insegura; bueno fue que ya en
aquel lugar se me hizo todo muy normal, quizá porque estaba la gente que
conocía. Hicimos algunos juegos de esos que se hacen en las bodas, la gente se
reía, nosotros también, la comida nos gustó, aunque poco comí, bailamos un vals
porque nos parecía divertido bailar algo, mi novio dijo algunas palabras de
gratitud donde muchos quedaron asombrados por su buen nivel de español, y llegó
un grupo pequeño de chirimía - que mis primas y cuñados contrataron- dándonos
una sorpresa que puso a bailar a todos, incluso a mi actual esposo, quien se
llevó el protagonismo con sus pasos de baile interferidos constantemente por el
sonar de sus palmas despistadas, dejando ver una especie de simpática arritmia. Y hasta yo me animé a cantar
algo típico: “la choca”. Mis padres bailaron, se veían contentos. Luego
seguimos la rumba en nuestra casa hasta las 6 a.m., la chirimía nos acompañó
hasta esa hora, lo que permitió turnar la chirimía y otros ritmos en el equipo
de sonido, saltamos, bailamos, tomamos un sancocho a las 5 y muy cansados nos fuimos a la cama a las 8 a.m.
Tuvimos una fiesta
genial porque nos divertimos, tanto que me volvería a casar y hacer otra; esta tuvo un estilo muy tradicional y yo no decidí nada, pero si hacemos otra boda -de hecho queremos hacer un matrimonio con la otra familia- prometo involucrarme en
la organización, contratar a un fotógrafo (aquí las fotógrafas fueron mis tías) que tome muchas y buenas fotos.
Hoy me siento
tranquila. De algún modo, antes del matrimonio mi novio y yo habíamos pensado
en una vida y planes a largo plazo, teníamos un compromiso implícito, es tal
vez la razón por la que siento que nada ha cambiado mucho después de ese día, excepto que ahora llevo un anillo al que me estoy
acostumbrando. Siento que mi relación sigue bien, que haber firmando un papel
no ha cambiado nuestros sentimientos, o sólo nos ha hecho sentir más seguros;
y aquel día de bodas nos sentíamos estupendos, estaban cerca nuestros
familiares, vecinos y algunos amigos; toda la familia estaba alborotada, vi llorar
y reír a mis padres de emoción, correr a mis hermanas y primas (en mi familia
hay muchas mujeres) para lucir hermosas, tomar fotos, etc. Y yo me puse un
vestido largo, tacones (como pocas veces); mi novio su traje caluroso en ese
clima húmedo, pero siempre sonriente, nos hicimos fotos, bailamos. Fue un día bonito.
Para terminar, sólo me queda un gracias enorme para todas las personas que han estado cerca de una u otra forma, gracias a nuestras familias que nos han apoyado tanto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario